El deporte, un nuevo dios

El deporte llena la vida de los deportistas profesionales, ocupa gran parte de la actividad y casi completamente el ánimo de los jóvenes, y ha invadido la mentalidad de masas enormes para quienes no constituye un ejercicio, sino un espectáculo fuente de inflamables pasiones de competición y rivalidad. Los periódicos dedican habitualmente una tercera parte de su espacio al deporte, han creado un estilo de metáforas grandilocuentes para describir las competiciones, exaltan a gestas y héroes con las formas de la epopeya, y confunden la victoria en un partido con la conquista de la perfección de la persona”. (Romano Amerio, “Iota Unum”)

Con la llegada de los primeros calores en el hemisferio norte, los parques, avenidas y paseos de pueblos y ciudades se llenan de caminantes y corredores aficionados, principalmente mujeres jóvenes, que intentan con presura bajar unos cuantos kilos y eliminar las grasas que no saben cómo se acumularon durante el invierno. Estos días se somete el cuerpo a notable tensión física y psíquica con el fin de poder recuperar la figura y así poderla lucir durante el verano en las playas. Tanto los hombres como las mujeres se imponen dietas, ejercicios y otros sistemas de reducir peso, sin importarles demasiado los sacrificios que tengan que hacer para ello; y con el sólo propósito de lucir bien y poderse “embutir” en el traje de baño que parece que encogió durante el invierno.

Hacer ejercicio, dentro de un orden racional, es bueno para la salud; es más, es algo que todos deberíamos realizar con el fin de romper con los malos hábitos de la vida sedimentaria que llevamos en nuestra época. Pero de hacer algo de ejercicio a darle culto al cuerpo va un largo trecho. Basta con ver la parafernalia que hay que cumplimentar para poder salir a la calle a correr un poco. Cualquiera que ose echar a correr vestido con unos pantalones cortos y zapatillas donde no se vea una marca de moda será el hazmerreír del resto del grupo. Hoy día hay que preparar más de doscientos euros (y eso que estamos en crisis) para comprarse el último grito en zapatillas Nike, pantalones y camiseta Adidas, calcetines, cinta para el pelo estilo indio cherokee…, gorra y hasta el Ipod con audífonos para poder seguir el ritmo de la canción de moda.

Hacer ejercicio físico y mantenerse saludable no tendría nada que objetar si a ello fuera unida una seria vida de piedad y de cumplimiento con Dios; pero desgraciadamente no es lo más habitual. Da la impresión de que hay una regla de tres de proporción inversa (aunque me temo que los jóvenes actuales ya no sepan qué es eso); es decir cuanto más deporte, más vacía están la mente y el corazón de cualquier valor trascendente.

Por cultivar nuestro “físico” uno es capaz de cualquier sacrificio y privación; en cambio cuando la Iglesia nos habla de ayuno y abstinencia cuaresmal, o de hacer cualquier penitencia, lo vemos casi como una tortura a la que no estamos dispuestos a someternos pues puede “alterar nuestro balance químico”. Somos capaces de grandes sacrificios por “culto al cuerpo” pero no por amor a Dios.

San Pablo nos dijo que nuestro cuerpo era templo del Espíritu Santo (1 Cor 6: 19); pero parece ser que hemos echado al Espíritu Santo y nos hemos quedado sólo con el templo. Un templo que ha quedado vacío pues ya no está Dios para que lo habite.

Por otro lado, cuando encendemos la televisión o la radio a partir de las siete y media u ocho de la tarde, raro es el día en que no están emitiendo algún partido de fútbol. No importa si es fin de semana o día de trabajo. Los estadios llenan su aforo con miles y miles de personas que gritan hasta la afonía y animan a unos “deportistas multimillonarios” que se han transformado en pequeños dioses para las multitudes.

Hace no muchos años, cuando se emitía un solo partido de fútbol a la semana, se decía que Franco utilizaba el fútbol como “opio” para calmar al pueblo. ¿De qué hay que “calmar” hoy día al pueblo? ¿Qué enfermedad padece para tener que darle “droga” todos los días? ¿Quizá para que así no piense? El diagnóstico es muy sencillo, el hombre de hoy padece de una enfermedad psíquica y espiritual que se llama vacío interior. Ese vacío hay que llenarlo de aquello que el hombre de hoy “valora”, aunque de suyo tenga poco o ningún valor: ruido, deporte, música; y en casos más extremos, alcohol, droga, sexo. El tratamiento de esta enfermedad es bastante difícil, ya que supondría cambiar todo un esquema de “valores”, que no sólo no llenan sino que además incapacitan a la persona para darse cuenta de su vacío, pensar en cosas serias e incluso plantearse metas elevadas.

Antiguamente se decía “Mens sana in corpore sano”, buscando en esta afirmación una justificación para el deporte; pero lo que no saben muchos es que esa afirmación que se repitió hasta la saciedad es una verdad truncada. La frase completa tenía un significado totalmente diferente. Como nos decía Romano Amerio en “Iota Unum”:

Aquí observaré de pasada lo falsa que resulta la idea de que el ejercicio del cuerpo produce por sí mismo salud moral. Esta falsedad ya había sido denunciada por los antiguos. La frase de Juvenal “mens sana in corpore sano”, que ha pasado mutilada al habla coloquial, es en realidad una refutación del sentido que se le atribuye. No dice que un cuerpo sano implica una mente sana, sino que hay que orar a los dioses para que nos den uno y otra: «Orandum est ut sit mens sana in corpore sano»”

Y también decía:

La conciencia de la propia fuerza corporal y el éxito en la competición no son el elemento principal de la actividad humana (son ayudas apreciables, aunque no indispensables), ni una necesidad moral absoluta, ni mucho menos una finalidad en la vida”.

Si el deporte y el cultivo del “cuerpo” se transforman en metas por sí mismos, podemos colegir el estado de “salud” de nuestra sociedad moderna. Una sociedad superficial, carente de valores morales, espirituales y sobrenaturales; una sociedad vacía, degenerada y que está pidiendo a gritos un cambio radical. El culto al deporte como un nuevo dios no es sino la manifestación de una sociedad que ha perdido su “norte” y ha abandonado a Aquél que puede dar sentido a esta vida. No en vano dijo San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Padre Lucas Prados

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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