Profundizando en nuestra fe: Capítulo 1: El Sentido de la existencia humana (I)

El primer regalo que cada uno de nosotros recibe de Dios, aunque no el más grande, es la vida. Es por ello, que descubrir el sentido de nuestra vida es una de las tareas más importantes que tenemos que realizar en nuestra existencia, pues de eso dependen nuestra felicidad en la tierra y luego el premio eterno del cielo. Por otro lado, es una tarea personal; otras personas nos podrán orientar, ayudar, encaminar, pero al fin y al cabo, será un descubrimiento personal, pues junto a una iluminación de nuestro intelecto para conocer cuál es el sentido de nuestra existencia habrá de acompañarle una aceptación de la voluntad para seguirlo.

¡Cuántas personas deambulan sin rumbo durante gran parte de su vida! ¡Cuántas personas nunca descubren el sentido de su existencia! Hoy día, debido al materialismo reinante, al desprecio de todo lo espiritual, a la ausencia de modelos que nos inspiren para seguir el buen camino, a la falta de una Iglesia que nos enseñe claramente el rumbo…, vivir toda una existencia sin haber descubierto su sentido es lo más habitual. Y ya sabemos lo que ocurre si el hombre no descubre el sentido de su vida. Si Dios no ocupa el primer lugar en su corazón…, pronto, otras cosas vendrán a reemplazarlo, y el hombre sólo buscará ser lo más feliz posible en el único mundo que él conoce: éste.

Todo hombre puede llegar a descubrir que Dios existe

Hay dos conceptos previos que tenemos que analizar y que nos ayudarán a descubrir el sentido de nuestra vida: la existencia de Dios y la espiritualidad del alma.

Descubrir y conocer a Dios es el primer paso que ha de dar el hombre para encontrar el sentido de su existencia. ¿Existe Dios? ¿Es Dios un ser real o ha sido inventado por nosotros? El hombre llega a descubrir a Dios cuando se pregunta por el origen del mundo que le rodea.  ¿Quién hizo este mundo? ¿Es la materia eterna o tiene un principio?

Si es intelectualmente sincero consigo mismo, pronto descubre que la materia no es eterna, y si ahora existe algo es porque tuvo un principio; pero ese principio del cual procede no puede ser material, pues si fuera material también habría tenido un principio, luego ha de ser espiritual.

Ese ser espiritual ha de ser especial, pues ha de ser capaz de crear (hacer algo de la nada); pues si como dice el adagio filosófico, “de la nada, nada sale”. Si existe el ser y no la nada es porque lo que existe ha tenido que ser creado. Al ser que crea le llamamos “creador”. Pero este ser espiritual que crea ha de tener además otras propiedades, y una de ellas es la omnipotencia.

Ahora bien, por principio, no pueden haber dos seres omnipotentes sino sólo uno, y a ese ser con capacidad de crear y que es omnipotente lo llamamos Dios. De Él procede todo cuanto existe, y sin Él no existiría nada de lo que ha sido creado: “En él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos o las dominaciones, los principados o las potestades. Todo ha sido creado por él y para él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en él” (Col 1: 17-18).

El hombre es capaz de descubrir por su mera razón la existencia de Dios, de un Creador (Rom 1: 20-21). Para ello, los filósofos siguen diferentes vías. Las más famosas fueron las Cinco Vías de Santo Tomás de Aquino[1]. Santo Tomás, partiendo de conceptos como la contingencia y la necesidad, el orden, la causa eficiente, el movimiento y las perfecciones, llega al descubrimiento de un Ser que es principio de todo y de quien todo depende.

El hombre puede probar con el mero uso de su razón que Dios existe; pero en cambio nadie es capaz de probar que Dios no existe. Es por ello que, cuando una persona niega la existencia de Dios nunca es el resultado de un razonamiento sino un acto de la voluntad que rechaza que Dios exista, pues no le interesa que haya alguien que pueda juzgarle y decirle lo que tiene que hacer. El hombre prefiere convertirse en su propio dios. Pero dado que esta actitud es fruto del egoísmo, del propio engaño y de la mentira, nunca puede llevar a buen término y mucho menos proporcionarnos la felicidad.

Así pues, negar la existencia de Dios nunca es un acto del intelecto sino de la voluntad, pues ésta ha adoptado una actitud de rechazo de Dios. El intelecto, si es honesto, descubre un Creador que es bueno, eterno, omnisciente, omnipotente. Ahora bien este descubrimiento no es el causante de nuestra fe. La fe es un don de Dios, y éste se lo da a los que conociéndole, abren su voluntad a Él y no le ponen obstáculo.

Dios, en su misericordia, ha querido venir en ayuda de los más débiles para que así pudieran fácilmente descubrirle, y con ello aceptarle y hallar el sentido de la vida. El hombre tiene capacidad para encontrarlo por las meras luces de su razón, pero muchas veces con deficiencias, limitaciones y errores, es por ello que Dios viene en ayuda nuestra a través de sus propias enseñanzas y del Magisterio de la Iglesia. El concilio Vaticano I lo definió claramente: «La santa Iglesia, nuestra madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”.[2]

La creación de los seres espirituales: ángeles y hombres

La ciencia experimental moderna más heterodoxa rechaza la existencia de los seres espirituales. De hecho suele afirmar, sin tener prueba científica alguna para ello, que el espíritu es una “evolución” de la materia. Por lo que reduce el alma del hombre a una “materia evolucionada” que adquiere ciertas facultades especiales, a saber: el entendimiento y la voluntad[3]. Es por ello, que al haber reducido el alma a materia, ésta sería corruptible, y como consecuencia de ello, una vez acontecida la muerte de la persona, no perduraría ya nada. Con la muerte acabaría todo. Como consecuencia de ello, la existencia del hombre acabaría con esta vida; y hablar de premio o castigo no tendría sentido, pues no habría nadie a quien premiar o castigar.

Como podrán entender, la consecuencia práctica de esta forma de entender el mundo y el hombre es evidente: si esta es la única vida para el hombre, fabriquémonos un paraíso en este mundo y vivamos lo mejor que podamos sin hacer daño a los demás. ¿No les es familiar esta “filosofía” de la vida? Como podrán ustedes mismos concluir, es una filosofía materialista y atea. Las conclusiones a las que llegan no son en absoluto científicas, sino que son el resultado lógico de haber rechazado en primer lugar a Dios. Al no existir Dios, eliminan también todos los seres espirituales, todo lo reducen al mundo material; y como consecuencia de ello, las conclusiones a las que llegan son lógicas pero falsas, pues han partido de presupuestos que no son verdaderos.

Frente a esa forma de pensar, nosotros los cristianos defendemos que: Dios existe, y al conocimiento de su existencia llegamos mediante el uso de la razón y de la revelación. También defendemos que Dios, en el culmen de su amor por las cosas creadas, no sólo creó el mundo material sino también los seres espirituales; unos seres que fueron hechos a su imagen y semejanza (Gen 1:26). Dios creó no sólo los seres materiales sino también los ángeles y los hombres.

Dios creó seres puramente espirituales: los ángeles; y también creó otros seres que eran una composición de materia y espíritu: el hombre. A estos seres, Dios les dotó de inteligencia y voluntad, para que así lo pudieran conocer y amar libremente a Él.

Los ángeles son criaturas puramente espirituales, por lo que una vez creados ya no pueden morir, ya que el espíritu es simple; al no estar formado por partes no se puede corromper. El fin principal de los ángeles consiste en adorar y servir a Dios. Al estar dotados de libertad, y por el modo de conocimiento que ellos tienen, una vez que fueron creados, sufrieron una primera u única prueba, la de aceptar o rechazar a Dios. Como sabemos por el catecismo, algunos ángeles rechazaron a Dios y desde ese momento se convirtieron en demonios.

Los hombres son un compuesto de materia y espíritu. El cuerpo es material, y por lo tanto está formado por partes; partes que se pueden separar, por lo que es corruptible o dicho en otras palabras, tiene una duración temporal. En cambio el alma, al ser espiritual, es simple; es decir, no tiene partes, por lo que una vez que es creada ya no puede morir. Cuando acaba la vida del hombre sobre la tierra, su alma no muere sino que sigue viviendo para siempre.

El hombre, al estar dotado de entendimiento, voluntad y libertad, es un ser responsable de sus actos, por lo que ha de dar cuenta de sus acciones a Aquél que le creó (Lc 13: 23-27; Mt 13: 47-50; Rom 2: 5-11; Apoc 22: 12).

El hombre dispone de toda su existencia en la tierra para demostrar a su Creador cuál es su actitud respecto a Él. Al final de sus días será juzgado. Aquellos que eligieron amar y servir a Dios y a sus semejantes, y rechazaron el pecado, recibirán un premio eterno (Mt 25: 31-34).

Al principio será sólo el alma quien goce de la dicha del cielo; pero como nos dice la revelación, cuando este mundo acabe se producirá la resurrección de los cuerpos, del mismo modo que resucitó el cuerpo de Cristo (1 Cor 15:4; Fil 3:21). Estos cuerpos se unirán entonces a sus propias almas para gozar del premio eterno (Apoc 21: 1-4; Fil 3: 17-21). Por el contrario, aquellos que se olvidaron de su Creador, de sus leyes y de amarlo y servirlo, recibirán un castigo que será eterno (Lc 13: 23-28).

El sentido pues de la vida humana parte del hecho de existir un Creador que lo hizo todo, nos dio un alma espiritual dotada de libertad y con la facultad de poder elegir, nos enseñó el camino del bien (Jn 14:6) y nos pide que le respondamos a su invitación (Jn 15:15).

Buscar el sentido de esta vida eliminando a Dios de ella, no puede llevar sino al fracaso, al vacío y a la desesperación. Para San Agustín, encontrar a Dios y el sentido de la vida fue el resultado de una búsqueda que le ocupó muchos años: “Oh verdad tan antigua y tan nueva, ¡qué tarde te conocí! ¡Qué tarde te amé!”[4].O como él mismo también nos dice: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”[5].

Padre Lucas Prados

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[1] http://es.catholic.net/op/articulos/14619/cinco-vias-de-santo-tomas.html

[2] Vaticano I, D 1785, DS 3004. Nota: La abreviatura D es para el Denzinger; la abreviatura DS es para el Densinger-Schonmetzer. En el artículo introductorio de esta serie ya les dije dónde podían encontrar el Denzinger. El DS lo pueden encontrar aquí: http://www.iglesiasdeifre.com/archivos/Denzinger-Schonmetzer.pdf Esta versión del Denzinger tiene algunos añadidos y modificaciones respecto de la versión anterior. Por el hecho de que la numeración no coincide en ambos, hay que acudir al D o al DS según se cite en el artículo.

[3] La ciencia debería mantenerse en su propio campo experimental y no intentar sacar conclusiones filosóficas o teológicas. Cuando la ciencia experimental invade el campo de la metafísica, de la teología y de la filosofía en general, sus conclusiones nunca serán científicas y como consecuencia dejarán de tener objetividad, entrando en el campo de la especulación sin tener pruebas ni métodos para defender ese tipo de conclusiones. Algo similar ocurre cuando la filosofía o la teología se meten a sacar conclusiones puramente científicas. Otra cosa diferente es cuando la teología o la filosofía, desde su propio campo y con sus propios métodos ilumina ciertos principios científicos. Pueden ver la relación entre la ciencia y la fe en este breve artículo: https://www.adelantelafe.com/puede-haber-contradiccion-entre-la-ciencia-y-la-fe/

[4] San Agustín: http://www.corazones.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/agosto_28.htm

[5] San Agustín, Confesiones 1,1,1.

Padre Lucas Prados
Padre Lucas Prados
Nacido en 1956. Ordenado sacerdote en 1984. Misionero durante bastantes años en las américas. Y ahora de vuelta en mi madre patria donde resido hasta que Dios y mi obispo quieran. Pueden escribirme a [email protected]

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